16 de noviembre de 2015

El otro día.

El otro día te ví. Y como siempre, sentí ganas de correr en dirección contraria. Pero me quedé ahí. Hoy era diferente, era uno de esos días en los que no tengo barreras para nadie y entonces, me quedo. Y observo. Cada rasgo físico, que me cuesta reconocer. Cada movimiento. Cada lágrima que cae por tu rostro. “Sabes quién es. La conoces bastante bien, años y años atrás. ¿Qué os pasó?” Me pregunto. Pero no encuentro una respuesta, no la hay. Un día dejamos de estar de acuerdo y nuestros caminos se separaron. Aunque entre nosotras nunca se rompió todo. Porque cuánto más tirábamos las dos, más dolía. Pero ninguna se daba cuenta, dicen que nunca nadie es suficientemente importante para condicionar tu vida. Aunque a veces, quién sabe. Quizá no miramos hacia el mismo sitio. Pero ese día me apetecía mirar para ese sitio, y abrazarte. Pero no pude. Éramos y somos demasiado abstractas como para poder abrazarnos. Pero por primera vez en mucho tiempo sentí que las dos estábamos ahí, mirándonos. Queriéndonos. Y me prometí que esta vez sería la definitiva. Que tenía que aceptar que eras parte de mí, de mi vida. Para siempre. Y el otro día tras años de mirar no sólo miré sino que me ví en el espejo.

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